En Nepal, durante la fiesta del Dasain, el Durgapuya indio, los pastores bajan los rebaños de cabrones de las alturas del Himalaya a las ciudades para venderlos. Es tradición que las familias se unan para comprar uno, sacrificarlo y luego repartirse la carne.
En esos días la carne de cabra sobra, así que la gente se puede dar un raro festín carnívoro. Lo normal es que una pequeña parte se prepare en un curry o se saltee con chiles y cebollas. El resto, la mayor parte, se corta en tiras muy finas y se seca sobre el fuego, para tener una pequeña provisión de proteínas durante los meses de invierno. Es el “sukuti”.
Todo se aprovecha. Los intestinos también. Una parte se cocina, como nuestros callos, y otras porciones se secan para luego comerse.
Este otoño subía por el camino de Swata a Gorepani, en pleno Camino de los Annapurnas. Veníamos de 1 semana de frío y vivac por las faldas del Annapurna Sur. Después de remontar el repecho matador de Gorepani, entramos en una Tea House a tomar unas birras y celebrar que ya todo lo que teníamos por delante era bajada.
Pedimos cerveza Gorkha. Brindamos. Comimos kurkure masala, algo así como unos gusanitos picantes. Y, como siempre, me colé en la cocina para ver que se cocía dentro. Algunos de los sherpas estaban allí remoloneando, y como saben que soy un zampón en busca de comidas nuevas me acercaron un platito con dos o tres cosas resecas y renegridas…
Que es esto…
“Andra”…
An… que?
Es intestino de cabra, seco y chamuscado en la lumbre…
No sonaba demasiado apetitoso, y tampoco lo estaba. Intestinos quemados, con un gusto fuerte a cabra vieja. Comí un trozo untándolo en mucha pimienta de Szechuan. Se me comenzó a dormir la lengua y partí otro segundo pedazo. Lo remojé con cervecita fría y me pareció mucho mejor. Así que cogí un tercer pedazo y pedimos otro plato. Nos arremolinamos junto a la lumbre y seguimos comiendo esas tripas achicharradas y correosas, que, finalmente, me parecieron ricas y llenas de felicidad…
!Dere mitto cha¡