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LANGAR; EN LA COCINA MÁS GRANDE DEL MUNDO

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“Sea la sabiduría tu soporte.
La compasión sea tu guía
y escucha la música divina
que late en cada corazón.”

No seré yo el que os diga que no visitéis el Taj Mahal o la sagrada Benarés sí alguna vez estáis en la India. Pero si os aconsejaría que guardarais aunque fuera un par de días para acercaros a Amritsar, en el Punjab indio, y visitar su Templo Dorado.

En 2019, camino a un mes de trabajo en Ladhak y a un infarto, tuve la suerte de pasar 4 días en Amritsar. La ciudad tiene cosas bonitas e interesantes, pero sin duda el gran templo es su alma. Lo visité y me sentí tan a gusto que decidí estar la mayor parte de mi tiempo dentro, observando e intentando sentirme parte de su comunidad. Y os puedo asegurar que pocas veces he sentido tanta emoción como allí.

El Templo Dorado es el lugar más venerado de la religión Sikh. El sikhismo fue fundado en el norte de la India por Guru Nanak en el siglo XV. Son monoteístas y sincréticos, y siguen las enseñanzas de los 10 gurús de su religión, enfatizando la importancia de combinar lo espiritual con una vida social recta.

Además del templo, donde se conserva el “Guru Granth Sahib”, el libro sagrado, el otro edificio clave del recinto es el “Langar”, la cocina comunitaria. Un lugar donde cada día se da de comer a más de 50 mil personas de manera gratuita. Si, como oyes.

Los sikhs creen en la igualdad entre todos los seres humanos, “la luz de Dios está en todos los corazones”. Así que cuando el primer gurú instauró hace 5 siglos la practica del “langar”, dar de comer a cualquiera que visitara un templo, fue algo por completo revolucionario, que rompía todas las normas sociales que existían entonces, sobre todo las de casta. Incluso en la India de hoy sigue siendo algo extraordinario. Moderno, ¿verdad?

Su filosofía se basa en la igualdad absoluta. Lo más importante no es la comida, sino que esta es servida a quien lo desee, sin importar su religión, casta o sexo. Todo el mundo come en el suelo, con la mano, en la misma fila y al mismo nivel. Un médico, un mendigo, un musulmán, un hindú, una mujer o un intocable. Y esto es lo maravilloso, ver la creencia base de una religión puesta en práctica.

El otro pilar del langar es la compasión y el servicio a la comunidad, que se ejerce a través del trabajo voluntario o “sewa”. Además de unos pocos profesionales, la mayor parte de la faena la realizan miles de voluntarios, “sewadars” que participan por unas horas, días o periodos más largos de tiempo de manera altruista. Hay hombres y mujeres, viejos y jóvenes, gentes de Amritsar o llegadas de todas partes del mundo. Es solidaridad.

Como podéis imaginar para dar de comer a miles de personas la organización de las cocinas deben estar planeada al milímetro.

En la entrada principal, sentados sobre sacos de arpillera, están los voluntarios que trocean las verduras. Cuchillos baratos y tacos de madera vasta que hacen las veces de tabla. Pelan y pican ajos, chiles, coliflores, cebollas en pilas enormes para que otra gente los lleve a la cocina.

Al lado está la zona de lavado, una sala inmensa con cientos de hombres y mujeres recogiendo y lavando miles de cacharros. Lo hacen en unas piletas de más de 30 metros de largo, frotando en agua y jabón 7 veces cada utensilio para asegurar su limpieza.

¿Y como es la cocina? Pues imaginad unas instalaciones para dar de comer a miles de personas, donde se cocinan a diario unos 200 mil panes, 13 mil kilos de lentejas, 1,500 kilos de arroz… ¿Una locura? Pues imagino que sí, pero silenciosa y ordenada. Y muy limpia. Más que muchas cocinas que conozco.

Se divide en dos salas principales. La primera es la panadería. En mesas bajas unas 30 personas dan forma a los chapatis. A su lado 3 tawas, planchas, de más de 2 metros cada una van cocinando los panes. Hace tanto calor que los voluntarios que están en los fuegos lo soportan con unos viejos ventiladores apuntados a su cara.

La sala principal es la de las cazuelas. Una docena de pucheros inmensos, con una capacidad de unos 700 litros cada uno. Los cocineros trajinan subidos a unos altillos, armados de unos largos espadones de metal con los que dar la vuelta y remover los guisos.

¿Y en que consiste la comida? Pues siempre es lacto-vegetariana, para poder dar de comer a gentes de diferentes creencias. Se basa en panes, curries de verduras, lentejas y yogurth o un postre. Para beber, agua fresca. Es sencilla y muy rica.

A pesar de las miles de personas que pasan por allí cada día, dentro del langar el ritmo siempre es sosegado. Hay 2 comedores con una capacidad para 5 mil personas. La gente al llegar recibe un plato y unos cubiertos, se sienta, come y, cuando ha terminado, los voluntarios, amablemente, les piden que dejen sitio a nuevos comensales. Enseguida otro turno ocupa su lugar. Y así hasta completar más de 50 mil comidas diarias. Que se pueden convertir en 100 mil en un día de fiesta.

Lo que sí se percibe, o al menos yo lo percibí, es una emoción profunda, un sentido de unión y de desprendimiento increíble. Os juro que es difícil aguantar las lágrimas ante lo que uno ve y percibe dentro de un langar. Los voluntarios son amables y pausados. Sonrientes. No ponen trabas a que uno deambule por las cocinas, pregunte o haga fotos. Todo lo contrario. Se siente orgullo por lo que hacen. Os juro que dan ganas de remangarse y participar, y uno se pone a soñar en cuanto mejor estaría el mundo si eso que hacen los sikhs lo hiciéramos todos en nuestras comunidades. ¿No?

Aquel 2019 iba muy justo de tiempo y no pude quedarme a trabajar de voluntario, pero sí hice la promesa de volver y estar allí una temporada ayudando y, sobretodo, aprendiendo. Hoy, en cuarentena, me sigo emocionando al recordar aquel langar y aún espero que llegue el día de ser un sewardar más.

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